A los resignados
Albert
Libertad (13 de abril 1905)
Odio a
los resignados, tanto como a los inmundos, como a los poltrones.
¡Odio la
resignación! Odio la inmundicia, odio la inacción.
Odio al
enfermo abatido por alguna fiebre maligna; odio al enfermo imaginario que con
un poco de voluntad podría ponerse en pie.
Compadezco
al hombre encadenado, rodeado de guardianes, aplastado por el peso del hierro y
del número.
Odio a
los soldados, postrados por el peso de un galón o tres estrellas; a los
trabajadores, postrados por el peso del capital.
Estimo al
hombre que dice lo que siente allí donde se encuentra; odio al votante en
perpetua conquista de una mayoría.
Estimo al
sabio aplastado bajo el peso de la investigación científica, odio al individuo
que se postra bajo el peso de una fuerza desconocida, de una X cualquiera, de
un Dios.
Odio a
todos aquellos que cediendo a otros, por miedo, por resignación, una parte de
su fuerza de hombres, no sólo se aplastan a sí mismos, sino también a mí, a todo
lo que yo amo, bajo el peso de su infame concurso o de su estúpida inercia.
Odio, sí,
los odio porque lo siento, siento que no me postro ante el galón del oficial,
ante la banda del alcalde, ante el oro del capitalista, ante todas sus morales
y religiones; desde hace tiempo sé que todo esto no son más que fruslerías que
se rompen como el cristal... Yo estoy postrado bajo el peso de la resignación
de otros. Odio la resignación.
Amo la
vida.
Quiero
vivir, no mezquinamente como los que no satisfacen más que una parte de sus
músculos, de sus nervios, sino yendo más allá, satisfaciendo tanto los músculos
faciales como los de las piernas, los riñones tanto como el cerebro.
No quiero
entregar una parte del ahora a cambio de una parte ficticia del mañana, no quiero
ceder nada del presente a cambio del viento del porvenir.
No quiero
postrar nada de mí bajo las palabras “patria, Dios, honor”. Conozco muy bien el
vacío de estas palabras: fantasmas religiosos y laicos.
Me burlo
de las pensiones, de los paraísos; esperanzas utilizadas por el capital y la
religión para mantener la resignación.
Me río de todos los que acumulan para la vejez y se privan en la juventud; de aquellos que, para comer a los sesenta, ayunan a los veinte.
Me río de todos los que acumulan para la vejez y se privan en la juventud; de aquellos que, para comer a los sesenta, ayunan a los veinte.
Quiero
comer mientras tenga los dientes fuertes para desgarrar y triturar carnes
suculentas y saludables frutas, mientras mis jugos gástricos digieran sin
ningún problema; quiero saciar mi sed con líquidos refrescantes y tónicos.
Quiero
amar a las mujeres, o a la mujer que más convenga a nuestros comunes deseos, y
no quiero resignarme a la familia, a la ley, al Código; nadie tiene derecho
sobre nuestros cuerpos. Tu quieres, yo quiero.
Burlémonos
de la familia, de la ley, antiguas formas de resignación.
Pero eso
no es todo: puesto que tengo ojos y oídos quiero, además de comer, beber y
hacer el amor, disfrutar de otras maneras. Quiero ver hermosas esculturas,
hermosas pinturas, admirar a Rodin o a Monet. Quiero escuchar las mejores
óperas de Beethoven o de Wagner. Quiero conocer los clásicos de la comedia,
repasar el bagaje literario y artístico que ha ligado a los hombres del pasado
con los del presente; o mejor, repasar la obra por siempre inacabada de la
humanidad.
Quiero
gozo para mí, para la compañera que elija, para mis hijos, para mis amigos. _
Quiero una casa para descansar agradablemente los ojos una vez terminado el
trabajo.Porque quiero el gozo del trabajo también, ese gozo sano, ese gozo
fuerte.
Quiero
que mi brazos usen la sierra, el martillo, la pala, la guadaña. Que los
músculos se desarrollen, que la caja torácica ensanche con movimientos fuertes,
útiles y razonados.
Quiero
ser útil, quiero que seamos útiles. Quiero ser útil a mi vecino y quiero que mi
vecino me sea útil a mí. Deseo que hagamos más porque mi necesidad de gozar es
insaciable. Y es porque quiero gozar que no me resigno.
Sí, sí,
quiero producir, pero quiero gozar; quiero amasar la harina, pero comer el
mejor pan; hacer la vendimia, pero beber el mejor vino; construir una casa,
pero vivir en el mejor alojamiento; construir muebles, pero poseer también lo
útil, ver lo bello; quiero hacer teatros, pero tan grandes que puedan alojar a
todos mis compañeros.
Quiero
participar en la producción, pero también en el consumo.
Hay
hombres que sueñan con producir para dejar a otros, oh ironía, la mejor parte
de sus esfuerzos; yo quiero, unido libremente con otros, producir pero también
consumir.
Resignados,
mirad, escupo a vuestros ídolos, escupo a Dios, escupo a la Patria, escupo a
Cristo, escupo a todas las banderas, escupo al capital y al Toisón de Oro,
escupo a las Religiones: fruslerías, yo me mofo, me río de todas ellas...
No son
nada sin vosotros, abandonadlas y se desharán como migajas.
Vosotros
sois por tanto una fuerza, oh resignados, una de esas fuerzas ignoradas, pero
que no por eso deja de ser fuerza, y no puedo escupir sobre vosotros, sólo
puedo odiaros ... o amaros.
Por
encima de todos mis deseos está el de ver sacudiros vuestra resignación en un
terrible despertar de vida.
No hay ningún paraíso futuro, no hay porvenir, no hay sino presente.
¡Vivamos!
¡Vivamos! La resignación es la muerte.
La rebelión es la vida.
No hay ningún paraíso futuro, no hay porvenir, no hay sino presente.
¡Vivamos!
¡Vivamos! La resignación es la muerte.
La rebelión es la vida.
Libro: Contra los pastores, Contra los rebaños Pepita de calabaza Ed.2013.
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